La Timidez

El DSM IV, que es el  manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, define la fobia social o angustia social como:

Un miedo intenso, persistente y crónico  a ser juzgado, avergonzado,  humillado o hacer el ridículo, que se pone de manifiesto en varios tipos de situaciones, entre las que destacan:

  • Hablar en público
  • Reuniones sociales en las que tendrá que relacionarse (fiestas, eventos, etc.)
  • Encuentros inesperados con conocidos, familiares, amigos, etc.

La persona que está en esta situación suele actuar de dos maneras:

– Evitando en lo posible las situaciones sociales, ya que  la ansiedad aparece con gran intensidad.

– Permaneciendo en la situación  a costa de un gran sufrimiento, en donde la persona se percibe como poco hábil para afrontar la situación.

En la primera situación, la evitación a las situaciones temidas (estar en un grupo de gente, por ejemplo) hace que:

– a corto plazo la ansiedad disminuya. Si ya no me tengo que enfrentar a eso que tanto miedo me da, se produce un alivio instantáneo de los síntomas de ansiedad.

– a medio/largo plazo, lo que ocurre cuando no nos enfrentamos a algo que nos da miedo, es que aumenta nuestra sensación de inadecuación y, por tanto, nuestra percepción de autoeficacia disminuye aún más. Es decir, cada vez nos percibimos más incapaces de enfrentarnos a ello.

En la segunda situación, cuando, a pesar del miedo me enfrento, puede ocurrir que la ansiedad se dispare con gran intensidad. La persona comienza entonces a verse ridícula e inadecuada. Pueden aparecer conductas “patosas”, sobreactuación, o por el contrario, bloqueo, quedarse en blanco.

¿Qué hacer?

Es importante pedir ayuda para que no se cronifiquen los síntomas y así evitar que deriven en otros trastornos como la depresión o el alcoholismo.

Es muy frecuente encontrar problemas de alcoholismo que se iniciaron debido a un miedo intenso a relacionarse. Aquí el alcohol funciona de “relajante”.

El tratamiento consiste en:

– Aprender técnicas para disminuir la ansiedad.

– Aprender técnicas para dominar los pensamientos negativos que se ponen en marcha y son los responsable directos de que todo el proceso tenga lugar.

Pensamientos como: “No voy a ser capaz”, “¿Qué digo?”  “¿Cómo se supone que tengo que actuar”  “ ¿Qué esperan de mí?” son frecuentes encontrarlos en el diálogo interno de una persona que sufre este problema.

Disminuir la Autoobservación: la persona entra en un círculo de hipervigilancia a lo que hace, dice y cómo se comporta. Es un no “dejarse en paz”.

Atienden en exceso a los síntomas fisiológicos: temblores, sudoración excesiva ect.,  entrando en una espiral de: cuanto más me vigilo, más síntomas fisiológicos tengo y más aumenta la intensidad de los mismos. Magnifico las consecuencias que ésto puede tener en los demás,  lo cual me lleva a hacer uso de la distorsión cognitiva que estas personas más  suelen tener: La adivinación del pensamiento de los demás.

Esta distorsión consiste en creer que sabemos lo que el otro o los otros están pensando sobre nosotros en ese momento:

“ Todo el mundo se está dando cuenta de lo nervioso/a que estoy ”   “ Lo están notando “.

“ Van a pesar que soy tonto/a ”.

Y cuanto más lo pensamos, más fuerza cobra y más credibilidad le damos.

– Exponerse gradualmente a las situaciones temidas, pero esta vez, dotando a la persona de recursos que le aporten control sobre las situaciones a las cuales va a exponerse. Con habilidades para controlar la ansiedad y aprendiendo a hablarnos de otra manera que vaya acorde a lo que queremos conseguir.

– Aumentar la autoestima:

La baja autoestima estará de una forma u otra en la base de este trastorno. Por tanto hacer un trabajo exhaustivo para aumentar el concepto que uno tiene de sí mismo y aprender a quererse y respetarse es esencial para que los cambios perduren en el tiempo.